05/04/12

Miss Moshou: La Cita I


El humo del cigarrillo se elevaba e impregnaba el ambiente, al mismo tiempo, los recuerdos parecían dibujarse uno a uno en cada fumalora. El tiempo pareció detener su curso y el oleaje de humo vislumbra un pasaje de su infancia. Su larga cabellera sujetadas por dos pasadores formaban dos largas coletas que llegaban hasta la altura de sus pequeños y aun no desarrollados senos. La situación esa confusa, el primer recuerdo que evocaba su memoria era la reprimenda que le propiciaba su progenitor tras suscitarle un ligero golpe en la nuca, como intentando acomodarle las ideas creyendo que con esto sería capaz de hacerle comprender mejor las cosas. Ella confundida en sus sentimientos no alcanzaba a comprender porque era necesario aquel acto de agresión, cuando ella no sentía más que amor por su padre - ¿por qué me pegas, si yo te quiero?- El seguro y sin remordimiento alguno le contestó - ¡Yo también, por eso lo hago!. Su timidez no le permitía acercarse más a él y el miedo imperaba en aquella relación, ese miedo que no sabía sería su fiel compañero por muchos años. Su inocencia le hacía vivir bajo el estrato de aquel caparazón de miedo y timidez, sujeta de reglas y reprimendas que no comprendía, y que al mismo tiempo no le permitían gozar en plenitud su niñez. 
El recuerdo se desvaneció con la brisa que le susurro al oído como haciéndole saber en secreto que él había llegado al lugar. Su mirada se perdió en la entrada principal. Él de cabellera sinuosa y castaña, ojos cafés, cara alargada y ojos pequeños con su perfecto peinado caminaba como en compás con la nota musical; ella sentía un remolino de sentimientos que parecía desgarrar la carne que cubría su angustiado corazón. Hacía tantos años que no se encontraban y este recuentro removía todos sus sentimientos. El recelo y la impotencia que le hacía sentir transpiraban a través de los poros de su piel. ¡Cuanto odio! ¡Cuanta rabia y coraje!…—su corazón parecía detenerse y asfixiarla a si misma con a través de su agitada respiración—El simple hecho de verlo la hacía sentirse la mujer mas tonta y estúpida ¡Que ilusa había sido!, los recuerdos la vaciaban desde el fondo su ser recordándose haberse prometido que desde entonces no volvería a ser la misma ilusa como en  aquella relación. Hoy la vida le daba la oportunidad de ver el otro lado de la moneda…

Miss Moshou


Miss Moshou es delicadamente excepcional. Mujer atrevida, sonriente, buena amiga y de un estilo muy peculiar que dista mucho del que impone la moda en la actualidad.  Su alisada y despuntada  cabellera delinea perfecto su rostro claro y aguileño, sus ojos de ventanal a medio abrir se ocultan bajo el cristal de unos lentes de lectura cuyos cristales reprimen el verdadero enigma de su mirada; sus labios carnosos y bien silueteados hacen caso omiso del labial pues le resultan un sobrante su uso. Su sonrisa mágica y envolvente lleva implícita el sabor a amor y seducción  como lenguaje natural, al tiempo que sonríe la seducción que emana su cuerpo al caminar se unifican en una sola musical: fuego ardiente. Camina segura, altiva, atrevida y retadora, camina con la mirada fija y perdida en el horizonte como si retará al mismo viento, no tiene prisa y con toda pasividad se acerca al rincón de aquel lugar y se hace dueña de él. Toma asiento en el sofá de aquel rincón, cruza la pierna y deja entrever su seductora presencia a través del deleite que muestran aquellas medias entrecaladas color obsidiana, su zapatilla de gran y delgado tacón parecen hacer sintonía con la luz natural que inunda al lugar. Desliza su cabellera hacia atrás dejando al descubierto la perfección de su rostro. Acerca su bolso diminuto color marrón con detalles en color oro y extrae de él un cigarrera. El mesero se le acerca presuroso, como si por perder un segundo de aquel momento se estuviera escapando la vida misma. Le ofrece fuego. De sus labios emanan la primera fumarola volcánica con chispas de pasión y se fusionan con el eco musical que se escucha en el interior al compás de Nina simone y su Feeling Good. Ordena. el mesero se aleja. De su bolso extrae un cuadernillo de hermosura pasta que hacen juego con el color de sus ojos cafés. Abre una página. Otra fumarola. Escribe. El mesero se acerca y deja el pedido. Ella dirige su mirada hacia el reloj colgado en una pared de aquel lugar. El reloj muestra las seis con quince minutos. Sus mirada hace un recorrido por el lugar con la impaciencia de querer hallar a alguien. No encuentra su objetivo. Tenía una cita a las seis y al otr@ se le ha hecho tarde… 

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