05/29/12

Gabriel. Cuando la inocencia es tu peor enemigo

Romper con el pasado es más complicado que la trigonometría y el cálculo diferencial pensaba Gabriel mientras platicaba con su amiga Cristinne. Esta sin querer había tocado ese pasaje oculto de su vida que llevaba escondiendo tiempo atrás - Si pudiera regresar el tiempo y no hubiera puesto mis ojos en la aparente inocencia de aquella mirada, otra fuera mi situación actual- se repetía silenciosamente Gabriel y como si Cristinne hubiese leído sus pensamiento dió hilo a su conversación con la siguiente respuesta: - Sólo Dios sabe porque hace que sucedan las cosas de esa manera, querido amigo, tienes que serenarte y pensar con sensatez, nada ganas con seguir lamentándote; nada, que no sea mas que continuar dañándote-.

Gabriel era un chico inocente, discreto y corazón noble. Sumergido en una dinámica de trabajo y estudio que lo había llevado a ser un buen estudiante durante los últimos años de su vida. Se había hecho el propósito de sacar adelante sus estudios y de apoyar en lo que fuese necesario a sus padres para que juntos lograran este objetivo. Su familia de situación humilde, vivía en una casita tejida de carrizal con techo de cartón situada en una población donde las cosas se suscitan con tal calma y tranquilidad como el agua que lleva el caudal del riachuelo que parte a la comunidad justamente a la mitad. Los padres de Gabriel esmerados en su trabajo de campo hacían hasta lo imposible por sufragar los gastos que demandaba la escuela de él; devotos en su fe, diariamente asistían a depositar una racimo de flores silvestres a la virgencita de la única capilla en la comunidad, esto con la esperanza de pedir protección y buena salud para su único y amado hijo, no se imaginaban que ese día sus plegarias no serían atendidas pues el destino le había preparado una jugarreta a Gabriel que marcaría el destino de su vida para siempre.

La tarde caía y el sol casi adormecía a la par el cielo se teñía de naranja y la oscuridad comenzaba a ganar batalla a la luz de día. Gabriel como todas las tardes al salir del trabajo se disponía dar su caminata vespertina por el andador de la ciudad, pero esa ocasión su tarde iba acompañada de una inquietud diferente, aquella mirada inocente y penetrante rondaba por su cabeza sin hallar poder alguno que la hiciera desaparecer. Mientras tomaba rumbo a su camino habitual se hacia conversación y se preguntaba -¿será que me lo encuentre por estos caminos?, de todo el tiempo que llevo trabajando por estos lados de la ciudad no recuerdo haberle visto nunca antes, y, pensar que trabaja exactamente enfrente de mi, al otro lado de la calle  y no había logrado mirarle-. En su caminar, recordaba lo sucedido aquella tarde a través del barandal de su salón de clases. Una mirada penetrante lo inquietó y sin titubear busco de donde provenía hasta dar con ella. Justo cruzando la calle la encontró, esa mirada provenía de aquel hombre que se hallaba  recostado de marco del portón, de estatura media, complexión perfecta y una divina calidez en su mirada lo inquieto desde el momento en que cruzo su mirada con la de él, suficiente para dejar plasmado en él una inquietante sensación por querer conocerle. Aquel hombre con su mirada lo invitaba insistentemente a cruzar la calle para charlar frente a frente. Gabriel como siempre imperante en su timidez, optó por hacer caso amiso a aquel dialogo que pretendía sucitarse en aquel juego de miradas, dió media vuelta y se refugió en el fondo de su salón. A partir de allí el resto de las clases y la tarde que le acontencía lo mantenía con la incertidumbre de saber si aquella extraña ocasión había sido algo pasajero o podría suscitarse para algo más...

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